La palabra «Oráculo»
Antiguamente, un oráculo era un lugar sagrado donde se recibía el consejo o la predicción de los dioses. Con el tiempo, el término también pasó a designar al intérprete que transmitía ese mensaje. Hoy, la palabra se emplea para referirse no solo al lugar o al intermediario, sino también al mensaje mismo, e incluso a la herramienta usada para obtenerlo.
Así, el «oráculo» puede ser: el mensaje, el mensajero, el lugar donde se da o recibe el mensaje, o la herramienta o procedimiento que permite interpretarlo.
Para que estos elementos puedan considerarse oraculares, deben compartir un denominador común: un proceso de conexión con lo divino, sea cual sea la forma en que esto se entienda. Lo divino puede ser concebido como un dios, dioses, seres o guías espirituales, o bien como aquella parte de nuestro ser que es más sabia y eterna.
Cada una de estas fuentes puede ser válida. Sin embargo, que un mensaje provenga de planos espirituales no significa que deba aceptarse sin discernimiento. Es responsabilidad del consultante evaluar con sentido común y asumir la autonomía de sus decisiones, incluso frente a un oráculo.
Los oráculos, el entretenimiento y la superstición
A lo largo de la historia, la humanidad ha creado grandes oráculos: templos dedicados a una deidad, con personas preparadas y consagradas para transmitir sus mensajes. Un ejemplo clásico es el Oráculo de Delfos, donde las sacerdotisas inhalaban vapores enteógenos para alcanzar estados de conciencia específicos y transmitir las palabras de Apolo, luego interpretadas por los sacerdotes.
Este tipo de prácticas también existía en otras culturas: lecturas de caracoles, piedras, nubes, entrañas o huesos de animales, o brasas en una hoguera.
Independientemente del lugar o método, estos procesos estaban insertos en un contexto ritual. No eran casuales ni espontáneos, y mucho menos equiparables a los horóscopos de revistas, programas de televisión o atracciones de feria. Tampoco eran meras supersticiones, aunque estas también hayan servido como corazonadas ante lo desconocido.
Romper un espejo, cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera… Son considerados presagios de mala suerte. Y si bien cada persona elige qué le hace sentido según su crianza o experiencia, estos hechos tienden a estar más ligados al azar, la casualidad o incluso la torpeza, que a un verdadero proceso oracular.
Los componentes del proceso oracular
A partir de lo anterior, podemos reconocer los elementos fundamentales del funcionamiento de un oráculo:
- Fuente: el origen de la información.
- Consultante: quien plantea la pregunta.
- Intérprete: quien decodifica el mensaje, actuando como puente entre la fuente y el consultante.
- Herramienta: el medio para recibir el mensaje, generalmente simbólico o mítico.
- Ritual: acciones y declaraciones para sintonizar con lo divino.
- Sintonía: el momento, el lugar y el estado que vincula todos los elementos anteriores.
El proceso oracular
Reconocidos los componentes, veamos cómo se despliega el proceso:
Todo inicia con la pregunta del consultante. Ese momento marca el comienzo de la sintonía (también entendible como causalidad o incluso destino), en la que el consultante busca y encuentra su oráculo: una herramienta, una persona o un lugar. En la antigüedad esto implicaba un peregrinaje; hoy, gracias a Internet, es mucho más accesible, incluso para quienes desean aprender a usar una herramienta por sí mismos.
Decidido quién será el intérprete (el consultante o un tercero), la sincronía se activa y este se dispone, mediante su herramienta y ritual, a conectar con las energías propicias para responder.
Las herramientas pueden ser tangibles (cartas, piedras, etc.) o intangibles (meditación, oración, danzas, consumo de sustancias, etc.). Aunque no siempre haya una herramienta externa, el sistema nervioso y energético del intérprete siempre está involucrado.
Los rituales pueden ser largos y elaborados —con ayunos, privación del sueño, abstinencia sexual, uso de símbolos esotéricos, preparación de sacrificios— o tan simples como una declaración que incluya el nombre del consultante y su pregunta. La eficacia no siempre radica en la complejidad: un proceso breve puede conectarnos con partes sabias de nuestro ser, aunque no implique una entidad espiritual externa.
Una vez realizado el ritual, se abren las puertas del oráculo. El intérprete transforma símbolos, sensaciones e intuiciones en un mensaje comprensible. “Comprensible” significa aquí que tenga sentido en el lenguaje del consultante. Trances en “lenguas” pueden impresionar, pero son inútiles si el mensaje no puede ser decodificado. (Las “palabras bárbaras” son otra historia).
Si el mensaje parece confuso o falso, será tarea del consultante considerar lo recibido, sopesar sus opciones y decidir qué sentido darle.
También es posible un proceso oracular más espontáneo: concentrarse, declarar la pregunta y usar algún método para obtener respuesta. En estos casos, la sincronía misma actúa como oráculo. Ejemplos: abrir un libro al azar, observar la borra del café o la forma en que se quema un cigarro. Métodos sencillos, pero no por ello menos válidos.
¿Cuándo NO se da un proceso oracular?
Cuando no hay ritual ni intención clara que active la sintonía. En esos casos, no hay proceso oracular, solo azar.
Eso ocurre con mensajes de galletas de la fortuna, horóscopos de revistas o televisión, o supersticiones como levantarse con el “pie equivocado” o cruzarse con un gato negro.
He visto en redes —y en la vida real— situaciones donde alguien observa la cera derretida de una vela y pregunta qué significa. Pueden darse distintos escenarios:
- No hubo proceso oracular. Encendieron la vela por falta de luz y luego intentan forzar un mensaje. No hay pregunta, no hay sintonía. Solo azar.
- Hubo proceso oracular, pero el intérprete no sabe cómo leerlo y pide ayuda. El mensaje fue diseñado simbólicamente para el receptor original. Una tercera persona solo puede dar una opinión, no un oráculo.
- El consultante encargó el oráculo a alguien, pero no quedó conforme y busca una segunda opinión. Lo mismo: el mensaje se gestó en una sintonía específica. Otro intérprete, desconectado del proceso, solo puede ofrecer su punto de vista.
Esto también ocurre con tiradas compartidas en grupos de estudio de Tarot. Aunque el simbolismo base sea común, la interpretación válida es la del lector original. Las demás son opiniones. Cada intérprete habría recibido otras cartas para llegar a la misma conclusión.
Y claro, un intérprete mal preparado difícilmente podrá descifrar adecuadamente el mensaje. Es como querer dar una dirección en inglés sin hablar el idioma.
También hay una situación muy frecuente: las lecturas para terceros.
Ocurre cuando el consultante realiza una pregunta sobre otra persona: por ejemplo, quiere saber cómo le irá a su hijo en los estudios, si su pareja conseguirá ese trabajo que desea, o si un amigo tomará cierta decisión.
Aunque la intención pueda ser “buena” y el proceso oracular funcione correctamente, aquí se presenta una falla importante: el consultante real no es quien formula la pregunta, sino la persona sobre la que se pregunta. Y si esta persona no está presente ni ha dado su consentimiento, el mensaje difícilmente tendrá utilidad real para ella.
En muchos casos, estas preguntas parecen estar más orientadas a calmar la ansiedad de quien consulta que a ofrecer un camino de crecimiento o guía para la tercera persona.
Cuando esto ocurre, el propósito del oráculo —que es brindar claridad, consciencia y orientación— se diluye, y muchas veces el mensaje termina no sirviendo para nada.
El papel de la intuición
Los símbolos no son dibujos planos con significados fijos. Son conceptos amplios, que varían según la cultura, la época y la persona que los contempla. Pueden tener múltiples significados —simultáneamente positivos y negativos— y aun así, en un momento dado, uno de ellos prevalece.
¿Por qué? Porque entra en juego la intuición, y con ella la sincronía que activa el proceso oracular.
La intuición es la capacidad de comprender algo de forma inmediata, sin recurrir al razonamiento. A diferencia del pensamiento lógico, que traza cada paso, la intuición llega al resultado sin mostrar el camino.
Eso no significa que la intuición surja de la nada. Para funcionar correctamente necesita un “sustrato”: conocimientos, experiencias y preparación del intérprete. Si alguien no conoce la palabra «bellota», difícilmente llegará a ese concepto, aunque sí podría captar “el fruto de un árbol parecido a una nuez”, que, aunque menos preciso, sigue siendo útil.
El intérprete preparado —conociendo el sistema, sus símbolos y procedimientos— tiene el sustrato para conectar con ese plano de sentido y transmitir lo recibido. Por eso, ante una serpiente, puede decir “traición” en vez de “renovación” o “conocimiento oculto”. Todas son válidas, pero la sincronía dicta cuál aplicar.
Sin esa sincronía, la interpretación es puro azar.
También debe distinguirse la intuición de la improvisación. La improvisación ocurre cuando se desconoce el sistema y se inventa sobre la marcha, proyectando impresiones personales sobre los símbolos. Aunque estén presentes todos los elementos del proceso oracular, si el intérprete no puede decodificar el mensaje, lo que entrega será simplemente lo que cree conveniente.
Por eso hay que ser cauteloso con quienes afirman que su sistema es “intuitivo”. Es probable que, en realidad, estén improvisando sin tener dominio del sistema.
La función de los oráculos
En la filosofía egipcia antigua, el destino era algo escrito e inalterable. Si un oráculo anunciaba algo, era un hecho consumado. Muchos mitos relatan cómo personajes intentaron evitar una profecía, solo para terminar cumpliéndola. Cronos y Edipo son ejemplos clásicos.
Pero hay muchas otras formas de entender el destino y la predicción del futuro.
Desde mi perspectiva, los oráculos son pronósticos. A través de la sincronía, trazan una línea entre el pasado y el presente del consultante para proyectarla hacia el futuro. Consideran factores conocidos y desconocidos para ofrecer orientación: “Si sigues por aquí, es probable que ocurra esto o aquello”.
No siempre podemos controlar lo que vendrá: una muerte, una tormenta. Pero sí podemos decidir cómo prepararnos y qué actitud tomar. En eso reside la utilidad del oráculo.
Un ejemplo simple: el pronóstico del clima.
- Si no lo ves, puede que llueva o no. Pero no pudiste decidir si llevar paraguas.
- Si lo ves y dice que no lloverá, sales tranquilo.
- Si dice que lloverá, puedes llevar paraguas… o no, y disfrutar de la lluvia.
Solo cuando conoces el pronóstico puedes elegir cómo vivir la experiencia. Esa es la verdadera función del oráculo: ofrecer la posibilidad de elegir, de tomar conciencia, de prepararse.
Como consejo final, te dejo estas palabras:
Nunca preguntes lo que no estás dispuesto a saber.
La curiosidad no nutre en este contexto. Porque una vez que tienes la información, toca hacerte cargo.
¡Hasta volvernos a encontrar!